Happycracia
En Happycracia, Edgar Cabanas y Eva Illouz desmontan con lucidez crítica la expansión de la llamada “ciencia de la felicidad”, mostrando cómo esta ha dejado de ser un ideal filosófico o un anhelo humano legítimo para convertirse en una herramienta de control social y una industria altamente lucrativa. El capítulo inicial del libro, "Expertos en tu bienestar", detalla el auge de la psicología positiva como un nuevo paradigma científico y político que promete la autorrealización a través del pensamiento positivo, pero que encierra una lógica profundamente individualista, conservadora y funcional al capitalismo neoliberal.
El capítulo se centra en la figura de Martin Seligman, impulsor de la psicología positiva, quien tras una “epifanía” personal, propuso una nueva ciencia del bienestar centrada en las fortalezas humanas, las emociones positivas y el crecimiento personal. Lejos de ser una propuesta inocente, la psicología positiva se presentó como una alternativa a la psicología tradicional enfocada en el sufrimiento y los trastornos mentales. Sin embargo, como señalan los autores, esta nueva psicología reciclaba viejas ideas de la autoayuda, el humanismo y el pensamiento positivo norteamericano, sin ofrecer una teoría coherente ni evidencia científica sólida.
Lo verdaderamente decisivo para el éxito de esta disciplina fue el respaldo económico y político que recibió. Fundaciones conservadoras como la John Templeton Foundation, así como grandes empresas multinacionales e incluso el ejército estadounidense, invirtieron millones en investigaciones, centros, programas y formación en psicología positiva. Estas instituciones vieron en ella una poderosa herramienta para moldear sujetos productivos, resilientes y autogestionados emocionalmente. A través de congresos, manuales, escalas de medición del bienestar y publicaciones científicas, se construyó la apariencia de una disciplina rigurosa, cuando en realidad se trataba de un saber altamente ideologizado y al servicio de intereses económicos.
Además, Cabanas e Illouz describen la convergencia entre psicólogos positivos y los llamados “profesionales del desarrollo personal” (coaches, motivadores, gurús del bienestar), quienes encontraron en esta nueva ciencia el respaldo académico que necesitaban para legitimarse y expandir su influencia. Ambos grupos comparten una misma misión: convencer al individuo de que es enteramente responsable de su felicidad y, por tanto, culpable de su infelicidad. Así, la psicología positiva no solo ofrece consuelo emocional, sino que impone un nuevo deber: ser feliz como condición de la normalidad.
El capítulo cierra destacando que la psicología positiva ha penetrado no solo en la academia, sino en la política, la economía, la educación y la salud. Su mensaje, tan aparentemente universal como peligroso, es que los problemas sociales complejos pueden solucionarse con actitud positiva. Esta trivialización de las causas estructurales del malestar humano transforma la felicidad en una obligación y en una mercancía, desplazando la atención del cambio colectivo al esfuerzo individual.
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